domingo, 21 de marzo de 2010

El Problema Con Eduardo

Recuerdo bajar por la calle roja cuando el carro apareció. Se detuvo a mi lado. Estaba completamente solo, en compañía de un carro amenazante. Comenzé a reparar en lo que quería, y tres opciones intoxicaron mi mente. Un carro rojo, en la calle roja. Le miré de reojo pero seguí caminando. El carro entró en marcha de nuevo, lentamente, siguiendo mis pasos. Empecé a sentirme desorientado: un caos hormonal sacudió mi cuerpo. No me detuve. Los muros a mi izquierda eran un rojo contraste al verde de los árboles que escondían el cielo a mi derecha, un concepto que no existía. Y sí acaso existía, solo era negro, impersonal e intocable. Para qué habría de gritar cuando no tengo boca.

Esa noche soñé con la cruz de nuevo. Estoy subiendo por las gradas indiscretas de una casa blanca. A un lado, en la pared, se aprecia un molde de madera con tres cruces de plata, incrustadas en claro café. Hay alguien más en la casa, pero no puedo verlo. Sabe que estoy aquí. Tendré este sueño durante años, talvez profetizando la inevitabilidad de la partida de un ciclo cuya circunferencia ha empezado a delimitarse introspectivamente.

Es la 1:47 AM y un hombre está viendo dentro de mi alma. Quiere que permanezca callado, y no me dejará dormir. No puedo olvidar sus ojos. Se va y me deja solo, pero sé que aún permanece aquí, en mi cuarto. El azul tenue de sus ojos ven al sur.

El azul más claro llena mis ojos y recorre la tierra. No hay una sola nube en todo el cielo. Solo claridad. Ella se encuentra detrás de mí, a cuantos metros hacia su derecha. La ubicación es el jardín, por supuesto. El azul imposible es un imán etéreo que succiona la mente de los niños hacia algo más allá del nivel de la compresión humana. Un sentimiento. No hay nada más que esto. Es recordado como el momento más feliz en una vida.

Luego, abro la puerta en el suelo y la encuentro a ella, de nuevo. Su boca está abierta pero no es una sonrisa. Puedo ver pequeños puntos brillantes a través de ella, como el secreto mejor guardado en cuanto a diamantes se refiere. El llamado a una época cuya relevancia ha finalizado. La imagen es demasiado para mí. Retrocedo, y pierdo el corazón. Lo único que escuchan mis sentidos es el retumbe de un motor, oxidándose con el tiempo.

Antes de eso, tengo otro sueño. Estoy en una cama, encima de una mujer. Pero no estoy ahí. Soy un mirón en la niebla. Soy un niño de 4 años. Es la primera experiencia sexual de mi vida. Soy un ente maleable. La mujer, asimismo una criatura amorfa, no tiene rostro. Es una experiencia recurrente, pero termina, como todo.

Soy infinito. La marcha en mi cabeza es la protesta del ayer con una voz de vidrio. Jamás pasaré a través de este, su transparencia el único signo de su existencia. Me convierte en dios y me condena a sus recuerdos. Los recuerdos son el mar de vidrio, su voz cortándome contra el oleaje. Puedo ver la sangre sobre mis huesos. Una estructura es revelada. Soy un edificio en el mar.

La protesta se intensifica. El ayer se rehúsa a morir, memorias que no dejarán de existir para dar paso al fascismo emocional. Mi realidad es absurda. Soy una torre imponente sobre el mar. Sobre las nubes, puedo ver los letreros, que hablan del presente – Ha habido una violación constitucional contra el pasado. En las alturas, sus voces de vidrio son una mala nota en el acordeón del universo. Pero solo por un momento. Me estoy volviendo más pequeño. Mi cuerpo se contrae. En el descenso, las voces unísonas se rompen en todas direcciones y puedo escuchar al coro del infierno en su revuelta. Las olas vienen sobre mí de nuevo. El impacto es inminente, y entonces lo comprendo: Debo salvarlos, a todos. Tomarán mi vida, y cuando finalmente el círculo llegue a su fin, la celebración de las memorias tendrá lugar. Soy golpeado de nuevo. En mi desesperación, estoy tratando de salvar los recuerdos, pero hay un problema.